El trabajo en equipo y la cooperación son lo usual aquí y hasta la victoria tiene que ser en grupo: las alianzas se forman de tres equipos que dependen unos de otros para poder ganar
Por Asael Villanueva - 06/03/2018

 

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Asael Villanueva | Enviado especial - Videonota: Eric Ramírez

Los ánimos se calientan mientras el sol aparece tras el imponente Cerro de la Silla. Inician los primeros gritos de apoyo y las gradas comienzan a llenarse. El gimnasio del Tec de Monterrey se transforma en un estadio que albergará los encuentros durante dos días.

Es el torneo de robots Regional de First Robotics. Los 48 equipos participantes se preparan para la competencia. Algunos, desde el área de pits preparan al robot, mientras que otros, desde la grada, calientan la garganta.

El silbato marca el inicio de cada match y los robots se lanzan a cumplir su función. Son controlados por los jóvenes que a su vez son alentados desde la tribuna. El graderío se enciende y el ruido ensordece.

Así es como suena la pasión. Así suenan los meses de trabajo, las noches en vela, los patrocinios otorgados y las enseñanzas de los mentores. Todo explota en un ruido que no para durante dos días enteros.

Las banderas ondean sobre la afición, las pancartas se hacen presentes y la lucha de cantos de apoyo emula las porras de futbol.

 

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El fairplay, sin embargo, ese extraño tan mentado, pero casi nunca aparecido en los deportes tradicionales, aquí está presente en todo momento: los equipos se apoyan unos a otros y comparten herramientas y equipo todo el tiempo.

El trabajo en equipo y la cooperación son lo usual aquí y hasta la victoria tiene que ser en grupo: las alianzas se forman de tres equipos que dependen unos de otros para poder ganar.

Conforme pasa el tiempo, en las caras de los participantes y de la afición se van notando los nervios, mientras las rondas van avanzando y se van definiendo quienes pasarán a la fase final.

 

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Para aligerar los momentos, los organizadores llenan el ambiente de música que simplemente no se puede dejar de bailar o cantar.  La mayoría de los participantes son entre 15 y 18 años, sin embargo, se desfogan al ritmo del playlist oficial con Van Halen, Journey, Metallica, MC Hammer, Timbiriche o La Macarena.

Los mentores, más de esa generación, sonríen al oír sus canciones, pero a la vez al ver a sus chicos tan emocionados y tan unidos por la robótica, por su escuela, por su equipo.

La tensión también se rompe con el baile de las mascotas de las diferentes prepas y equipos: hay Borregos Tec, robots y hasta un hot dog gigante que interpretan a todo volumen el baile de Payaso de Rodeo en plena cancha.

 

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El momento de la verdad llega y los equipos finales compiten con todo. Ocho equipos eligen a sus compañeros finales de fórmula.

La eliminatoria avanza hasta que quedan dos alianzas finales de tres equipos cada una. Juegan el campeonato a dos de tres rondas ganadas.

El tiempo se detiene. Por un momento, parece haber por primera vez silencio, aunque es solo la concentración de los jugadores que parecen no ver ni oír nada más que no sean sus robots.

La cuenta regresiva comienza. Los últimos segundos. Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

Los ganadores, jóvenes de preparatoria, estallan en entusiasmo. Hoy son gigantes, hoy son héroes para los más de 1,800 compañeros que vinieron a presenciar esta épica batalla.

 

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Como campeones, irán a la Mundial final en Houston. Pero aquí, todos ganan, y en esta ocasión, no es cliché, sino verdad.

Cada equipo ha tenido que realizar un proyecto de beneficio social, a la par de la construcción de su robot en su comunidad.  Todos han aprendido a convivir, a construir juntos, a dar.

Después de la emoción, del momento, los gritos y la competencia, dentro de cada alumno ha quedado un reto que podrá enfrentar más adelante. En este deporte, el torneo es apenas el comienzo.

 

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